Europa se rebela: ¿sigue siendo Eurovisión un festival apolítico… o simplemente un buen chiste?

Photo: Corinne Cumming (EBU)

La llama de Eurovisión 2025 aún humea, y no precisamente por la emoción del espectáculo. Una a una, varias televisiones públicas europeas han comenzado a levantar la ceja —y la voz— ante lo que consideran un giro preocupante del certamen: ¿sigue siendo Eurovisión un evento apolítico, cultural y de unión? La pregunta, que hace años habría parecido un eslogan institucional, hoy se pronuncia con un matiz de sospecha, cuando no de hastío.

Los Países Bajos dicen basta… con educación diplomática

Los últimos en alzar la voz han sido los neerlandeses. AVROTROS y NPO han solicitado formalmente a la Unión Europea de Radiodifusión (UER) abrir un debate interno sobre el futuro del festival. En un comunicado conjunto que destila preocupación y cierta frustración elegante, los canales públicos han dejado claro que el evento, tal y como se está configurando, “está cada vez más influenciado por presiones sociales y geopolíticas”.

La participación de Israel —un país que este año ha estado en el centro de la polémica— ha sido el catalizador de este movimiento. “Nos confronta con la pregunta de hasta qué punto el festival sigue siendo realmente apolítico, conector y cultural”, afirman. Y, con la calma nórdica que les caracteriza, concluyen: “Queremos abrir ese debate, junto con otros países, dentro de la UER”.

La rebelión silenciosa: España, Bélgica, Islandia, Finlandia y Eslovenia

La preocupación no es exclusiva de los neerlandeses. RTVE (España), VRT (Bélgica), RÚV (Islandia), Yle (Finlandia) y RTVSLO (Eslovenia) también han hecho oír sus dudas. Algunas centradas en la mecánica de la votación, otras más abiertamente en la presencia de Israel en el concurso. La palabra «manipulación» no se pronuncia en voz alta, pero sobrevuela cada declaración institucional con la sutileza de una coreografía eurovisiva mal ensayada.

Yle, la televisión pública finlandesa, ha puesto el foco en el sistema de votación: ¿debería seguir siendo 50/50 entre jurado y público? ¿Tiene sentido que una misma persona pueda votar veinte veces? Su productor ejecutivo, Juha Lahti, ha afirmado que ya es hora de revisar el sistema para “evitar abusos”. Una forma elegante de sugerir que quizás el festival necesita menos «douze points» automáticos y más reglas claras.

Islandia, por su parte, quiere los datos. Todos los datos. Stefán Eiríksson, director general de RÚV, ha confirmado que exigirán a la UER los registros del televoto. “El voto telefónico es responsabilidad exclusiva de la UER”, ha recordado. “Nosotros no tenemos acceso a nada que no haya sido ya público”. Lo que, dicho sea de paso, tampoco es que haya sido mucho.

¿Y si hubiera ganado Israel?

La pregunta del millón la respondió Eiríksson con una evasiva educada, pero reveladora: “Los resultados de la final fueron interesantes y, sin duda, generarán debate en el seno de la UER”. Traducción no oficial: menos mal que no ganó Israel, porque la que se habría liado habría sido histórica.

¿Un festival en crisis?

De fondo, palpita la gran cuestión: ¿qué está pasando con Eurovisión? Lo que nació como un intento noble de unir a Europa tras la Segunda Guerra Mundial, se encuentra hoy atrapado entre intereses comerciales, tensiones internacionales y decisiones creativas que —por decirlo con cariño— a veces dan más miedo que el vestuario de un número de Moldavia.

La UER, por su parte, guarda silencio mientras los comunicados se acumulan en su buzón. Puede que se avecine una cumbre eurovisiva de emergencia. O puede que todo se resuelva con otro cambio en las reglas, más burocracia y un nuevo patrocinador con sede en Nueva York.

Sea como sea, lo que es evidente es que varios países están dejando de aplaudir con entusiasmo. Y si Eurovisión pierde el entusiasmo… igual es momento de revisar la partitura.

Fuentes: AVROTROS/YLE/RÚV

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