Canadá quiere entrar en Eurovisión… y esta vez no es una broma: lo está moviendo el primer ministro

Canadá lleva años coqueteando con Eurovisión, entre titulares sueltos, teorías de fans y el clásico “pero si Céline Dion ya ganó en 1988”. Pero lo de ahora no es una fantasía eurofán, ni un hilo de Reddit con gente mal dormida. Lo ha metido el Gobierno en los Presupuestos Federales. Y, según fuentes internas, el arquitecto político de la idea no es otro que el primer ministro Mark Carney.

Sí: el mismo presupuesto que habla de recortar la administraciónaumentar el gasto en defensa y estabilizar la economía, incluye una línea que dice que el Gobierno está “trabajando con CBC/Radio-Canada para explorar la participación de Canadá en Eurovisión.” No es un rumor. No es un globo sonda. Es texto oficial del Estado.

Y aquí viene el dato clave: dos fuentes del Ejecutivo confirman que Carney está personalmente implicado. Lo que cambia la narrativa por completo. Esto ya no es una pregunta cultural. Es una decisión estratégica.
Porque, mientras medio mundo debate sobre misiles y fronteras, Canadá ha decidido que una posible herramienta de soft power global es… un escenario con abanicos, pirotecnias y cambios de tonalidad.

La lógica gubernamental existe: Eurovisión es un arma cultural masiva. Más de 160 millones de espectadores, influencia mediática internacional, control del discurso pop durante semanas y una maquinaria exportadora de identidad nacional que funciona mejor que la diplomacia clásica. Si quieres impacto cultural rápido y barato, tres minutos en Eurovisión valen más que cien embajadores con corbata.

El problema: Canadá no puede competir. No es miembro pleno de la Unión Europea de Radiodifusión (EBU), solo afiliado. Y los afiliados no compiten.
A menos que la EBU decida lo contrario. Como lo hizo en 2015 con Australia.
Traducción diplomática: si se pudo con los canguros, también se puede con los castores.

La otra piedra en el camino se llama CBC/Radio-Canada, que ya rechazó el proyecto antes diciendo que Eurovisión era “demasiado caro”. Considerando que la cadena ha pagado derechos de formatos como Dragons’ Den o The Great British Baking Show, el argumento suena más a “pereza logística” que a “catástrofe económica”.

Y luego está el elefante cultural en la habitación: ¿Le importa Eurovisión al canadiense medio?
Fuera de comunidades queer, hogares de inmigrantes, eurofans de nicho y gente que nunca supera la fase Spotify Wrapped, la respuesta es no demasiado.
Pero lo mismo pasaba en Australia… hasta que un día entraron, y ya nadie recuerda cómo vivían antes.

La diferencia clave es esta:
nunca antes Canadá lo había intentado desde arriba.
Esta vez no es un fandom rogando.
Es un primer ministro diciendo: “Queremos estar en la final, y lo vamos a mover a nivel diplomático.”

¿Aceptará la EBU? Ni idea.
¿Necesitará Canadá una preselección nacional costosa? No necesariamente.
¿Costaría más que una cumbre de ministros en Ottawa? Ni de lejos.

Lo único seguro es esto:
esta es la vez más seria, más institucional y más política en la que Canadá ha intentado entrar en Eurovisión.
Y cuando un país del G7 decide que el concurso pop más caótico de Europa es ahora parte de su estrategia internacional, la pregunta deja de ser “¿Entrará Canadá?” y pasa a ser “¿Cuándo sale el primer candidato?”

De repente, imaginar a un canadiense modulando un final épico bajo una pantalla LED con una hoja de arce gigante ya no parece fanfic.

Fuente: Cbc

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