Canadá no anuncia que quiere ir a Eurovisión. Lo hace su presupuesto del Estado.

Hay formas normales de dejar ver que un país quiere ir a Eurovisión. Una rueda de prensa, un comunicado oficial, un vídeo épico con dron y fuegos artificiales. Y luego está Canadá, que ha decidido filtrar su posible debut en el festival donde menos lo esperaba nadie: en el presupuesto federal del país. Nada de glamur, nada de “hello Europe”, nada de confeti. Un PDF gubernamental y un párrafo perdido entre cifras, impuestos y bostezos: el Gobierno está “trabajando con CBC/Radio-Canada para explorar la participación en Eurovisión”.

Y con eso, el fandom cayó en combustión espontánea.

Porque sí, por primera vez no hablamos de un rumor salido de Twitter, ni de un presentador que dice más de lo que debe, ni de un periodista sueco con “fuentes”. Esta vez la pista viene del Ministerio de Finanzas de un país que, hasta ahora, solo se había relacionado con Eurovisión a través de Céline Dion y memes sobre si Quebec debería competir por su cuenta.

Pero el asunto se puso aún más jugoso cuando el ministro François-Philippe Champagne fue preguntado directamente por el tema y soltó, con sonrisa digna de alguien que sabe más de lo que puede decir, que Canadá fue “invitado”. ¿Por quién? ¿La UER? ¿Otro país? ¿Céline Dion bajada del cielo con un ventilador y un teleprompter? Misterio.

La comparación con Australia es inevitable. Aquello ya parecía una excepción rara en 2015, pero acabó siendo un precedente: país no europeo, miembro de la UER, invitado primero, participante después, finalista habitual. Si Australia fue el experimento, Canadá parece el capítulo dos de la misma saga, solo que con bilingüismo, industria musical potente y un público que ya ve Eurovisión sin que nadie se lo haya pedido.

El gran tema de fondo es otro: el festival lleva años desbordando sus límites geográficos. Primero Australia, luego el fallido American Song Contest, después el intento congelado del Latinoamérica Song Contest, ahora Canadá deslizándose por un documento presupuestario como quien no quiere la cosa. Eurovisión ya no es solo Europa; es una franquicia emocional con pasaporte global.

Y claro, empiezan las preguntas divertidas:
¿Qué enviaría Canadá? ¿Una balada bilingüe para quedar bien con los jurados? ¿Una propuesta indie-pop made in Toronto? ¿Un artista indígena con producción electrónica? ¿O directamente algo completamente borderline para demostrar que no vienen a ser “el Australia 2.0”?
Más importante aún: ¿está Europa preparada para que Montreal derrote a Suecia en televoto?

Nada está confirmado. No hay formato de preselección, no hay fechas, no hay canción, no hay artista. Lo único sólido es un dato incontestable: cuando Eurovisión entra en los presupuestos de un Estado, ya no es un rumor. Es un plan en movimiento. Hay una línea escrita, hay un dinero asignado, hay alguien dentro de CBC contestando correos con asunto “Eurovision – urgente”.

Y eso significa que estamos oficialmente en la fase en la que no se pregunta “¿Va Canadá a Eurovisión?”, sino “¿Cuándo van a admitirlo públicamente?”.

Entre tanto, Europa debate si esto es el principio de una era global o el fin de la pureza eurovisiva… como si esa pureza no se hubiera roto ya el día que San Marino mandó a Flo Rida junto con Senith.

Fuente: X/ Gobierno de Canadá

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