El sueño eurovisivo de Ebreichsdorf termina en un «gracias, pero no»

Lo que empezó como una fantasía con luces de neón, drones sobrevolando campos y selfies con banderas de todos los colores, ha terminado como tantas otras historias centroeuropeas: con un «lo sentimos, no cumple los requisitos administrativos».
Ebreichsdorf, esa localidad austriaca que hasta hace poco era más conocida por sus carreras de caballos que por ambiciones musicales, aspiraba a convertirse en el nuevo epicentro europeo de la música. ¿La herramienta? El antiguo Magna Racino, rebautizado como «Comer City» por el magnate irlandés Luke Comer, que no quería una sede: quería una catedral del pop continental. Un lugar con 20.000 asientos, espacio para 30.000 almas coreando hits en pantalla gigante, y un centro de prensa digno de una cumbre de la ONU. Qué podía salir mal.
Spoiler: la burocracia.
A pesar de tener toda la artillería lista —planos, promesas de inversión, discursos grandilocuentes—, resultó que un pequeño detalle legal lo arruinó todo: solo los municipios pueden presentar candidaturas oficiales, y Ebreichsdorf no lo hizo. Al parecer, entre tanto entusiasmo privado, se les olvidó que esto es Austria y aquí no se mueve ni una silla sin el voto de una comisión.
Siegmund Kahlbacher, director de la iniciativa, no ocultó su decepción, aunque intentó poner buena cara: “Entendemos que los plazos eran ajustados. Seguimos dispuestos a cooperar, incluso para futuras colaboraciones”. Traducción libre: esto no se acaba aquí, pero de momento, se archiva en la carpeta de “ilusiones rotas”.
La ironía es que, mientras Viena y St. Pölten afinan su maquinaria eurovisiva con el respaldo institucional que exige el guion, Ebreichsdorf se queda con las ganas… y con un estadio vacío. Comer City, al menos por ahora, no será el Wembley de Eurovisión.
Pero bueno, soñar es gratis. Y en Austria, los sueños también necesitan sello oficial.
Fuente: Oe24